Hoy he salido a rodar un poco con mi bicicleta por Madrid. Esta vez iba solo. Mientras pedaleaba, me acordé de mis amigos “bicigrinos”. No me he inventado el término. Así nos llaman a los peregrinos que hacemos el Camino de Santiago en bicicleta.

Antes de salir hacia Santiago de Compostela, algunos del grupo habíamos oído hablar de "
Hacer el Camino" y he de reconocer que a todos nos daba un poco de envidia sana. De vuelta a casa, los “bicigrinos” decidimos cambiar el dicho por la variante "
Vivir el Camino". Sin duda, esta es la expresión correcta.
Acertar con la compañía es fundamental, sobre todo, para no llevarse sobresaltos en ningún momento. En eso tuve la gran suerte de atinar. Aquel grupo de compañeros, germen ideal tanto para una dulce como amarga convivencia, fue creciendo y madurando hasta convertirse en un grupo de amigos. Amigos con el estatus que damos a nuestros camaradas de juventud, a los que calificamos “d
e toda la vida”. Así nos consideramos todos ahora.
Aunque fue el 26 de mayo de 2012 cuando sellamos por primera vez la Credencial, el viaje comenzó mucho antes, un día cualquiera del mes de septiembre del año pasado. Alguien lanzó la idea
"¿por qué no organizamos un viaje por el Camino de Santiago en bici?"; y siete personas nos pusimos inmediatamente manos a la obra: entrenamientos, reuniones, “quedadas” y preparativos. Gracias a la colaboración de MLO, todo hay que decirlo, afrontar el reto fue una tarea más fácil.

Por fin llegó el momento y al día siguiente partíamos hacia León. No lo vamos a negar, la proximidad de enfrentarse a un reto personal tan importante proyectó sombras y dudas, en más de uno. Yo, al menos, no estaba seguro de cómo iba a responder, ni física ni psicológicamente.
Ya eran las 6 de la mañana y amanecía un día precioso en Madrid. Como en un puzzle, cuando conseguimos encajar las últimas piezas dentro de la furgoneta, nos pusimos rumbo a León. Por delante nos esperaban 7 días y 6 noches. No teníamos un plan concreto para recorrer los trescientos y pico kilómetros hasta Santiago.
Día a día, en cada etapa, nos ocurrían anécdotas. Pasaban lugares y sensaciones, con calma y sosiego, por la retina de los “bicigrinos”, quedando marcadas en su recuerdo. Pero hay un momento muy especial: el final, la triste y breve despedida. Unos momentos después descubres que los recuerdos no solo afloran en tu mente, sino también a través de tu corazón, y el deseo de volver se erige como un coloso difícil de superar.

Así que, ya sabes, si decides “Vivir el Camino”, abre tu espíritu, cálzate las sandalias de peregrino o coge la “burra”, cuélgate una concha y ponte en marcha. Nadie te preguntará por qué vas o qué quieres encontrar; nadie desconfiará de tu buena fe; nadie se reirá de ti y serás acogido como un amigo.
Y cuando llegues y te quedes allí sentado frente a la Catedral, quizás no puedas moverte. No será el cansancio, serán tu mente y tu espíritu ordenándose después de que el Camino haya moldeado a una persona diferente. Cerrarás los ojos y verás todo lo que te sobraba y todo lo que te faltaba. Recordarás paso a paso la ruta y te emocionarás. Harás balance y te preguntarás ¿cómo agradecer tanto? ¿cómo devolverlo?. Entonces te darás cuenta, hay toda una vida por delante para hacerlo, comenzando desde hoy mismo.